El monocultivo, la poca materia orgánica, las siembras anuales y el excesivo laboreo provocan la degradación del 40% del suelo
Paulino Martín, agricultor de 71 años en Fuente el Saúz (Ávila), recuerda cuando el pueblo diversificaba las producciones, de cereales a forrajes, pasando por leguminosas para alimentación de sus cabañas ganaderas y para la alimentación humana. El objetivo, sobre todo, era dejar descansar la tierra. “Ahora estamos abusando de ella, la estamos forzando a producir año tras año a base de abonos minerales y se va a volver contra nosotros”, señala. “Los agricultores sabíamos mejor que nadie qué tierra debía descansar como barbecho o leguminosa para así lograr buenas cosechas y, además, ahorrar en abonos”.
Diferentes foros coinciden en que aproximadamente un 40% de los suelos ya están degradados. En el caso de España, el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) estima que un 75% del territorio ya es susceptible de desertificación y que un 20% ya sufre este problema. Cada año, como consecuencia de la erosión provocada por el viento y por la lluvia, se pierde una media de 30 toneladas de tierra por hectárea, según los datos recogidos en el Mapa de Aridez en España del Programa de Acción Nacional contra la desertización del Ministerio de Agricultura. Estudios de la Organización Mundial para la Agricultura (FAO) señalan que aumentar un centímetro el grosor de tierra puede tardar 1.000 años.
Como consecuencia de un excesivo laboreo, del abuso de monocultivos o de fertilizantes, la materia orgánica se halla por debajo del 2%; hay un riesgo de mineralización de los suelos; una excesiva compactación de la tierra; más salinización, acidificación y, en definitiva, un agotamiento y fatiga de los mismos por unas prácticas insostenibles. Todo ello supone un atentado contra la salud del suelo, pero, además, un riesgo para la propia alimentación humana ante una población en expansión.
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