En unos días marcados por las protestas del sector primario y un año definido por la negociación de la nueva Política Agraria Común, la emergente agricultura ecológica plantea soluciones para atajar la precariedad laboral y los problemas asociados al cambio climático.
España es el país de la UE con más tierra destinada a agricultura orgánica. El dato pasó desapercibido ante la situación límite que ha movilizado a agricultores y ganaderos desde el pasado 28 de enero. Las tierras destinadas a agricultura orgánica en la Unión Europea aumentaron un 34% entre 2012 y 2018, y España es el país que más superficie destina a este tipo de cultivos: un 16,7% del total. Una estadística positiva que Eurostat aportaba en medio de la tormenta desatada por la agónica situación de los productores del sector primario, que el miércoles 5 volverán a presentarse en las puertas del Ministerio de Agricultura y Alimentación de Madrid contra los “ataques” que reciben por distintos flancos y con la amenaza que pende sobre ellos en forma de recorte de las ayudas de la Política Agraria Común.
Abel Esteban, de la cooperativa Garúa de educación socioambiental, y miembro de Ecologistas en Acción, resalta cómo se trata de un buen dato dentro de un contexto de macroestadísticas negativas. Frente al abandono del campo —la EPA publicada el 28 de enero muestra que el sector da empleo a 793.900 personas en España, menos del 5% de la población— y la reducción de productores agrícolas profesionales, “el hecho de tener estadísticas positivas en crecimiento de productores, de superficie, en ecológico, es una buena noticia, porque parece una de las pocas tendencias en el sector que van en contra de esa inercia en la que cada vez hay menos gente de la agricultura, generando menos economía”.
La coordinadora de Política Agraria y Desarrollo Rural de WWF España, Celsa Peiteado, recuerda que las buenas prácticas no se circunscriben sólo a las explotaciones que la Unión Europea avala con sus sellos y controles, si no que hay una parte del sector formado por agricultores y ganaderos que “no necesariamente tienen certificados pero también apuestan por esas buenas prácticas y que encabezan esa transición agroecológica que necesitamos”.
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