A la hora de comprar un pan integral de supermercado, los consumidores deben prestar mucha atención a la letra pequeña de los envases para saber si lo que realmente están comprando es integral. Mucho de lo que se etiqueta como "integral", en realidad no está elaborado a partir de un 100% de harina integral, sino de un alto porcentaje de harinas refinadas a las que añaden a posteriori el salvado, una parte del cereal —trigo, centeno o cebada, los más comunes—.
En la actual legislación, el pan integral viene definido como "el elaborado con harina integral", sin especificar el porcentaje que debe llevar este producto para ser considerado "integral". La harina integral, por su parte, "es el producto resultante de la molturación del grano de cereal y cuya composición corresponde con la del grano del cereal íntegro", marca la normativa vigente. De nuevo, no indica qué porcentaje del grano entero deben llevar los productos.
Existe, por tanto, un vacío legal respecto a este alimento que lleva a encontrar en muchos casos pan o galletas etiquetadas bajo la frase "elaborado con harina 100% integral", cuando en realidad llevan un porcentaje ínfimo de harina integral.
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