Las cooperativas constituyen en países como España la principal estructura productiva agroalimentaria en productos como hortalizas o aceite, pero su tamaño medio es muy pequeño. A veces hay pueblos pequeños con varias cooperativas para un mismo producto, o familias con miembros que pertenecen a varias, mientras estás compiten entre ellas con el cuchillo en la boca por vender lo más barato posible y liquidar al socio lo más caro posible. Es verdad que la competencia es sana y que espabila las mentes, sin embargo, la atomizada híper competencia cooperativa no es sana para nadie.
Los clientes finales son cada vez mayores y exigentes, los hábitos del consumidor cambiantes, la transformación digital un reto, la sostenibilidad una obligación. Se requiere agilidad, eficiencia, innovación y alineamiento estratégico y esto solo es posible mediante la formación de estructuras productivas grandes y capaces de afrontar estos retos.
Las cooperativas son conscientes de que son pequeñas y que deberían ser más grandes. Están diagnosticadas por activa y por pasiva y son conscientes de los beneficios de la integración tanto para el socio como, sobre todo para el cliente y el consumidor final. De hecho, se han producido avances en los últimos años, pero del todo insuficientes. Baste decir que en el norte de Europa o en Estados Unidos, el tamaño medio es 100 veces mayor que el de las cooperativas de España.
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