El aumento de temperatura está afectando con especial virulencia al cultivo de cítricos en la costa mediterránea. Los inviernos menos fríos debilitan la consistencia de la fruta y afectan a la producción y las exportaciones, al tiempo que allanan el terreno a las plagas.
A mediados del mes de julio, José Francisco Nebot visita su plantación de clementinas en la localidad castellonense de Betxí y contempla con impotencia que una buena parte de los frutos están esparcidos por el suelo. «Lo que está haciendo el árbol es soltar lastre», explica. «Quiere salvarse y está soltando a sus hijitos, que son los frutos». Este proceso, que los agricultores locales conocen como la «porgà» (purga), es un momento clave en el que se puede perder una buena parte de la producción debido al calor y la falta de agua (consecuencia del calentamiento global), aunque la floración este año haya sido buena. «Son frutos que habrían cuajado y serían parte de la cosecha. Ahora se van al suelo y para el productor es como si las perdiera», lamenta Nebot. «Si hubiera habido temperaturas suaves y hubiera llovido, la planta habría amarrado más frutos, pero como no ha llovido y las temperaturas están algunas décimas por arriba de la media, el árbol se estresa y se desprende de lo innecesario».
Este llanto de las clementinas es solo una consecuencia más de los cambios asociados al calentamiento global que están afectando a los cultivos de cítricos. En zonas más al sur, como Alicante y Murcia, la escasez de agua está arruinando cosechas y obligando a arrancar árboles. Los pozos están cada vez más al límite y la poca agua que hay es de mala calidad. En Castellón, los episodios de calor en momentos clave como la «porgà» pueden causar estragos en su cultivo estrella, la clementina Nules o «clemenules». «Cuando vas por la mañana al campo y el sol está en plenitud, ves a los árboles sufriendo, porque las temperaturas lo que hacen es evaporar agua y hay un momento en que la planta pierde más agua que la que puede coger por las raíces», explica Nebot.
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