Óscar Moret, productor de fruta y afiliado de nuestra organización en Aragón, reflejaba a la perfección en un breve artículo este pasado mes de agosto la dramática situación de los profesionales de este sector, detallando cómo se van quedando en el camino las ilusiones y el trabajo, y sobre todo cómo se ha eliminado la rentabilidad del fruticultor y se le hace abandonar su profesión con la consiguiente destrucción de la economía familiar en las zonas productivas.
Esta situación se replica con preocupante frecuencia en otras zonas de producción y en otros cultivos hortofrutícolas. Por ejemplo, los agricultores de la almendra están viendo como emerge un nuevo sector completamente distinto, en zonas llanas, con riego y altos rendimientos, y contra el que no pueden competir sus árboles erguidos en zonas de pendiente y con un valor ambiental y social que no se retribuye ni por asomo. Pero también hemos visto como zonas en las que no se cultivaba tradicionalmente sandía o brócoli están apostando por estos cultivos gracias a capital procedente de otros sectores económicos, con colchones financieros de los que no disponen las agricultoras y agricultores de nuestro sector y, a veces, con ayudas agrarias procedentes de tiempos pasados.
Así, sector tras sector, observamos un cambio de paradigma en el modelo productivo del sector de las frutas y hortalizas en el que los grandes inversores, en muchas ocasiones con capital ajeno al agrario, ganan terreno en detrimento de los agricultores y agricultoras tradicionales y, en definitiva, en detrimento del modelo social y profesional de agricultura, proveedor de riqueza en el medio rural, así como de otros bienes públicos.
Mientras en 2007 había una superficie de frutas y hortalizas de 1.462.000 ha con 215.000 como titulares de explotaciones hortofrutícolas, en 2016 para un área en producción aún mayor, 1.594.000 ha, hay 172.000 titulares. Es decir, en 10 años mientras el sector ha perdido un 20% de activos, la superficie ha crecido en más de 130.000 ha, un 9%.
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