Seguir la evolución de los gustos y demandas del consumidor y el estudio de sus tendencias, constituyen tareas imprescindibles para los operadores de la cadena de suministro, de cara a conquistar al consumidor, garantizar el éxito comercial de sus productos y la sostenibilidad de su actividad. Por ello, son muchas las empresas e institutos de opinión que, de manera periódica, analizan dichos cambios y establecen previsiones sobre su evolución.
Estos análisis muestran una clara unanimidad al señalar que el consumidor “ha cambiado sus valores, sus preferencias, sus hábitos y su modo de consumir”1, estando cada vez más interesado por consumir productos saludables y por conocer el origen de los alimentos y su autenticidad, su composición y características, su forma de producción y su huella ambiental.
Si para el operador es importante conocer al consumidor y ser capaz de dar respuesta a sus necesidades y gustos cambiantes, todavía lo es más ofrecerle un producto de calidad y con plena garantía de sus cualidades.
La protección de la calidad alimentaria constituye una permanente ocupación y preocupación de los operadores, no en vano, ellos son los responsables legales de dicha protección. Para hacer esto posible surgen los instrumentos de autocontrol y los esquemas de certificación, que buscan dar una respuesta eficaz a dicha protección, a la vez que se busca reforzar la confianza del consumidor en el producto ofrecido.
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