Híbrido, diésel, eléctrico, enchufable... Ante el maremágnum creado por las nuevas legislaciones y la amplia oferta de los fabricantes, pedimos al experto en motor Sergio Piccione que arroje luz sobre el confuso asunto.
El escándalo por el fraude de las emisiones de los motores diésel del Grupo Volkswagen supuso un pistoletazo de salida para concluir el desarrollo de grupos propulsores alternativos a los de combustión interna que dominaban prácticamente desde los comienzos de la industria del automóvil. El origen de estos trabajos es muy anterior pero la ausencia de presión de normas de carácter más restrictivo en materia de emisiones los dejó en suspenso dada la mejora de los motores de combustión interna -tanto los de gasolina como los diésel- y el moderado precio del petróleo, en una franja entre los 40 y los 50 euros el barril.
Hasta ese momento, las discusiones para ir estableciendo nuevas normas discurría con cierta tranquilidad pero tras el estallido del llamado dieselgate, los partidos más radicales representados en el Parlamento Europeo decidieron atacar para exigir procedimientos de homologación de emisiones más exigentes y, sobre todo, más realistas. Hay que reconocer que la forma en que se homologaban daba lugar a unos resultados muy separados de los que luego podía calcular el usuario, tanto en lo que se refiere a los consumos como en lo relativo a emisiones. Las cifras que se aceptaban como buenas eran entre un 30% y un 40% inferiores a las reales.
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